Respirar profundo, abrir los brazos; dejarlos en cruz como hace un Cristo que se está viniendo abajo. Preguntár por cuánto tiempo más vas a tener que rezar por un milagro, ése, el que estabas precisando, y estornudar sin taparte con el dorso de la mano.
Caminar rápidamente, llegar a ningún lado, dejar llena de marcas la pared, desestimar los días malos. Rechazar el vino en caja, las aceitunas viejas, los quesos rancios.
Tener las bolas suficientes para tirar la vida a la marchanta, jugar la última carta al todo o nada. Sostenerle la mirada al diablo. Y darse cuenta de que por pancho se ha perdido lo que costó un perú ganar y que los besos, los abrazos, la felicidad de ésa, la gente que te dice que te quiere, a veces están llenos de un odio inexplicable y que tu amor vale, para ellos, mucho menos que aquellos, los famosos treinta denarios.
Respirar profundo, abrir los brazos; dejarlos en cruz como hace un Cristo que se está viniendo abajo. Preguntár por cuánto tiempo más tendrás que esperar por tu milagro, ése, el que estabas precisando, y saber que vas camino del camino de las cosas que se mueren, que los abrazos, los besos, y hasta la felicidad son verso sobre un verso que no existe porque alguien se ha encargado de ponerle un precio sin valor hasta al amor, hasta al aliento contenido, hasta al aire respirado.
Hola
Hace 10 años
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